La ciudad dónde yo existo

La ciudad dónde yo existo

martes, 26 de noviembre de 2013

Senseless Vol. 49.28

Casi casi podía, podía saborear la ira, podía...
Podía lamer mi herida.
Un beso es un ejercicio divino, equis.
Besar el cuerpo es divertido, lo sé...
Besar el alma es el éxtasis, no confundir
plis.

[Un café! No té, quiero...
¡La cuenta por fi!]

Pero descubrir que en tu propia historia -En la cual creías ser Ramona Flowers- no eres otra que Knives Chau...
Y aún así!!!
¿Y mi Young Neil?
La pregunta que ronda mi mente.

[Propina... ¿Propina?
Pero si aún no ha charlado conmigo!!!]

Lo sientes? Té consumes... Corre vela, consume té!, consumete con la pasión de tu roja seda...

¡No! Ya no té quiero!!
Tal vez mañana, no un poco en la noche.
Con miel y azafrán, porque es rudo.

Cuando los porros de anis ya no te hagan nada pasa a los de orégano.

jueves, 21 de noviembre de 2013

Hoy...

Estoy siendo tan poco yo que siento que no me estoy perdiendo, me muero.
Caigo en un vació tremendo.
Profundo, oscuro.
Es la vida, respira.
Cae y vuelve.
Alto.
Una calada, dos.
Tres y respiro.
Respiro porque estoy vivo.
La música y su compás, uno dos tres.
Es mi corazón…

domingo, 10 de noviembre de 2013

Doblas en la esquina y chocas con el destino

Dobló en la esquina y choco con algo, o alguien. Alexandra levanto la mirada y no pudo ver absolutamente nada, al parecer estaba soñando despierta de nuevo, se reprendió mentalmente y siguió su camino. Era ya la cuarta vez de la semana y poco a poco se volvía algo que no podía controlar, y eso la agobiaba. Aun recordaba como fue que todo eso comenzó y no pudo evitar, por quinta ocasión ese día  reprenderse mentalmente, si no hubiera hecho caso, se dijo y como no, si todo comenzó solo por que ella era una persona curiosa, demasiado. Al parecer no había aprendido nada de Alicia y los conejos blancos, solo que en esta ocasión había sido un hombre con smoking blanco.
Se golpeo la frente con el dorso de la mano mientras cerraba los ojos, siempre era tan curiosa, una vez mas volvió a maldecir y apresuro el paso, estaba ya retrasada y no quería que le cerraran la puerta del instituto, por tercera ocasión en la semana.
Llego justo a tiempo, el vigilante le dirigió una mala mirada y la dejo pasar, Alexandra se apresuro a los casilleros, tenia clase de lengua a la primera hora, la profesora era un poco vaga, hacia poco había dejado de ser una practicante pero aun no se había adaptado a eso de dar clases, con un poco de suerte y ni siquiera notaria su retaso. Corrió un poco y a la altura de la puerta volvió a chocar con algo, o con alguien, y como se esperaría por quinta vez en la semana no habría nadie, mas esta vez fue diferente, Alexandra levanto la mirada y no pudo evitar sentirse azoradada, delante de ella se encontraba ese extraño chico del smoking blanco, solo que ahora vestía el mismo uniforme de su instituto, lo recorrió lentamente con la mirada sin moverse de su lugar, se encontraba haciendo una graciosa mueca mientras aun tirado en el suelo se sobaba su cabeza, y ella (a causa de su curiosidad vale aclarar) no podía despegar su mirada de el.
Como por instinto el extraño chico levanto la cabeza y al ver la intensa mirada de Alexandra se levanto un poco avergonzado y le tendió la mano mirando hacia otro lado. Ella la tomo y ya de pie siguió mirándolo.
-No me mires- exigió el chico un tanto sonrojado, al parecer era aun mas infantil de lo que ella pudo haberse imaginado, y sonrió.
-Esta bien, creo que te conozco- respondió ella soltando su mano y avanzando un poco, tenia suerte y suspiro aliviada, la maestra aun no se encontraba en el aula.
Y el continuo mirándola desde el marco de la puerta, aun medio desconcertado, después de todo, no todos los días una chica linda chocaba contigo tu primer día de clases y decía que te conocía  y el para su sorpresa no la había visto en su vida. Ella volteo y lo vio con su cara de sorpresa y le sonrío -Soy Alexandra ¿y tu?
-Edward- respondió el con una sonrisa ladeada mientras la alcanzaba hasta la puerta.
Tal vez mudarse desde el otro lado del mundo no había sido tan mala idea.
Mientras que en la cabeza de Alexandra comenzaban a dibujarse muchas extrañas situaciones, que por suerte no se reflejaban en su rostro, y también se preguntaba si había sido un sueño o no aquella situación tan parecida que había vivido con el chico del extraño smoking blanco, quien sabe, aparentemente no fueron solo sueños.

Fin?

domingo, 3 de noviembre de 2013

He laughs about us...

Caminas por la calle, tranquilamente. De pronto, así de la nada misma comienzas a odiar a ese hombre con complejos demasiado profundos como para comprender, que se la vive en pañales y se empeña en hacerte perder la cabeza. Porque como siempre, vas caminando tranquilamente y de pronto, bam!! chocas con algo, o alguien y no es el destino, es una chica rubia con ojos de caramelo, justo como la que habías vislumbrado en tu sueño, y no puedes evitar sonreír como idiota mientras la chavala solo te ve raro y se para incomoda, casi como si quisiera huir.
Pero no lo hace, es como si ese magnetismo que tú sientes hacia ella fuese estúpidamente grande, casi tanto como para que ella llegue a sentirlo así por el suelo, pero el hombre en pañales sigue observándote, burlón y altivo, porque sabe que nadie, absolutamente nadie puede oponerse a sus caprichos, y es que así es. Cupido es un caprichoso, dejándote flechado de quien menos esperas, de quien menos quisieras, de tu peor enemigo, o en todo caso de esa bruja que tienes como presidenta de la clase.
Balbuceas, parece que se te ah olvidado cómo hablar y que el efecto de tu magnetismo compartido se ah acabado, después de algunos segundos de confusión ella recobra el sentido, su mirada desafiante y su postura orgullosa vuelven a estar presentes y tu solo atinas a sentirte como un idiota. Pero es normal para esa amiga que conoces prácticamente desde que eras un feto, porque vuestras madres eran (son) tan inseparables como lo son un estudiante de medicina y la cafeína. Ella te extiende la mano y te sonríe dulcemente, sabes que normalmente es una bruja, pero en realidad ella es dulce, dulce dulce, casi tanto como un terrón de azúcar, pero te niegas a que alguien más lo descubra, así que para encubrirlo decides hacerla rabiar un poco, para variar.
Tomas su mano con firmeza y en su primer esfuerzo la jalas, la tiras sobre ti. Sabes que has despertado un demonio, por eso huyes parándote rápidamente y dejándola ahí tirada a su suerte, porque sabes en tu fuero interno que prefieres que esa faceta dulce dulce como millones de gotas de miel solo te la muestre a tí y que para el resto del mundo (población escolar masculina) siga pareciendo una bruja, de esas malas que se comen el corazón de la princesa bonita del cuento. 
La observas, sus labios rosados como flores de un Prunus Cerasus Cerasoides (que un carajo sabrás que es eso, maldita biología) te incitan a decirle cosas bonitas, cargarla como princesa de cristal entre tus brazos y sentir su dulce, dulce esencia en tu boca. Pero resistes, porque sabes que eso es imposible y ella nunca te vera de la misma manera.
Optas por sonreír travieso y sacarle la lengua, ella inocente con las mejillas sonrosadas por lo rápido de tus acciones (lo que para ti han sido horas en realidad fue cosa de segundos) te observa curiosa, pero pronto pasa y te ves a ti mismo en la sinuosidad de tus acciones, y huyes.

Esa mirada pícara y la sonrisa traviesa desaparecen de tu cara y vuelves a odiar a ese hombre en pañales, lo odias porque te ha hecho llegar a terreno prohibido, porque al entrar al instituto te ha hecho darte cuenta de lo estúpidamente hermosa es esa a la que alguna vez llamaste hermana, tu mejor amiga, a la que le has pegado chicles en el cabello y has perseguido con un insecto en una vara, a esa que le has hecho millones de bromas y ella siempre te ha golpeado. Y caes en la desesperación porque niegas lo obvio, que tú siempre la has amado, pero aún te niegas a aceptarlo.
Sin darte cuenta haz acabado en la azotea del instituto, enciendes un cigarrillo y sonríes al pensar en el rollo que ella te soltara al saber que te has saltado las clases para echar unas caladas. Aspiras ese humo y sientes como si tus problemas se elevaran con el. Pisas la colilla y volteas al cielo a ver las nubes blancas, te detienes pensando en que todo eso es estúpido. Te torturas y tras algunas cavilaciones te das por vencido sin imaginarte siquiera de que a ella le aqueja el mismo mal que a ti, que ella sufre cada noche clamando tu amor, que se desespera cuando te ve forjando lazos con otras chicas, y se arrepiente cada vez que te maltrata, que te anhela en silencio, justo como tú haces con ella.

Y si supieras esto odiarías más a Cupido por hacerla llorar (aunque en realidad es tu culpa), pero es que ese Cupido es todo un Master Troll.